
POR RAÚL VEGAS MORALES
Antes de los romanos, ya los asirios y persas utilizaban la crucifixión como instrumento de tortura y muerte dolorosa y lenta. La aplicaban contra los criminales avezados o los enemigos políticos; como venganza en las conquistas. La historia registra que Alejandro Magno mandó crucificar dos mil sobrevivientes luego de un largo asedio en Fenicia.
Vencida la rebelión del gladiador y esclavo Espartaco, setenta y un años antes de la era cristiana, el emperador Pompeyo hizo crucificar seis mil prisioneros que ubicaron uno al costado de otro y frente a frente en toda la Vía Apia, entre Capua y Roma que tiene una distancia de doscientos kilómetros.
Los romanos utilizaron la crucifixión de manera masiva también contra los cristianos a quienes consideraban una amenaza al imperio, desde Nerón que los acusó de incendiar Roma hasta el emperador Constantino que legalizó la religión católica mandando a difundir los primeros ejemplares de La Biblia.

El temor de los gobernantes ante la amenaza contra el sistema imperante consigna en la historia los mayores horrores contra los insurgentes, tratan de dar escarmientos a la rebeldía que se alza contra las iniquidades. Jesucristo, según la historia, fue un rebelde alzado contra las injusticias del imperio, su liderazgo iba desde la paz de la otra mejilla hasta el zumbido del látigo contra mercaderes, agiotistas, fariseos y el propio imperio esclavista y opresor.
En historia propia tenemos ejemplos de barbaries semejantes a la crucifixión, como la ejercida contra Túpac Amaru quien hizo explosionar el grito de libertad en toda América; luego los mártires de la independencia ejecutados con saña, hasta los momentos actuales donde el sistema está prendido de la violencia para mantenerse.
Son incontables las atrocidades históricas y muchas quedaron impunes, pero los tiempos han cambiado y el propio sistema liberal y neoliberal condenan las brutalidades de los gobiernos, se ha creado comisiones de derechos humanos con árbitros internacionales que sanciona gobiernos y países. Ya no es fácil crucificar. Aunque en países como Perú sigue siendo fácil matar.
Pueden dar cuenta los familiares de los 58 peruanos asesinados en las movilizaciones contra el actual gobierno que no se avergüenza de sus actos. Mención especial merece el ridículo histórico que intentó la censura de una alfombra ornamental y clásica en las procesiones de Ayacucho que tenía como diseño una cruz y las palabras del quinto mandamiento “No Matar” complementadas con la fecha: 15 de diciembre. En Viernes Santo y antes de la salida de la procesión del Santo Sepulcro hicieron rodear a la alfombra de policías con el fin de que no le tomen fotos.
Puede haber impunidades transitorias y el sector político dominante puede apañar barbaries, pero todo tiene un límite. “Nada dura para siempre” dice sabiamente Hector Lavoe.