
EDGAR GUTIÉRREZ GÓMEZ
En el mundo de los mortales hay personas fanáticas de ciertos elementos, objetos, cosas, ideales, artistas, celebridades. Muchas veces ese fanatismo enceguece la razón humana, convirtiéndose en una especie de dogma que enorgullece al sujeto practicante de un ideal, sin tener la chance de valorar y contemplar a otro ajeno a su fanatismo fijado. Políticos convertidos en extremistas de derecha o izquierda, religiosos radicales que no ensayan un cambio sustancial en la percepción de la realidad. Coleccionistas famosos y amateurs que valoran un solo fenómeno, descartando la contrapropuesta a su colección. Figuras públicas, académicos fanatizados por un cierto ideal de una teoría válida sólo para su época contextual.
Millones de peruanos fanatizados por el futbol, el deporte más popular del mundo, donde sus ídolos solo dejan fracasos y más fracasos; porque su seleccionador no reconoce la evolución humana darwiniana. La innegable e irrespirable red social, camuflado de la posverdad, informa las derrotas innumerables; porque algunos integrantes de la selección sobrepasan los límites de edad convencional de un deportista. Los fanáticos consumidores del vicio de la ilusión, siguen enceguecidos a sus veteranos jugadores. Como la prensa peruana es escandalosa por su esencia en falacia de énfasis, el titular de los periódicos digitales obliga a leer la portada nauseabunda por la costumbre rancia de leer.
Esos fanáticos aduladores de siempre y por siempre, seguirán atrayendo al vulgo a una conversa errática de la irracionalidad del futbol, la política y la religión de nunca acabar. Esos fanáticos alucinados, que se endulzan como los mejores administradores de la gestión en una institución pública, eran en su momento fanáticos de los ascensos laborales a costa de cualquier precio para llegar a la cima del poder, fanatizados hasta la médula y defendiendo a rabiar cualquier observación banal a su ídolo ajeno que no aporta nada en su miserable existencia. El fanatismo lleva al ostracismo y cierra grupos herméticos que se autodenominan los ungidos para gobernar, liderar, evangelizar y fanatizar a sus seguidores del sinsentido de la vida.