EDGAR GUTIÉRREZ GÓMEZ
En las diferentes instancias, las autoridades a nivel nacional, luchan por encontrar un cupo dentro de su agitada tragedia de alcanzar un puesto del poder político. Una vez llegados al poder, el festejo es pomposo, con el alcoholismo social o anónimo de sus allegados y de quiénes serán su personal de confianza. Los puestos claves en el aparato burocrático del Estado son ocupados por el personal de confianza, no importando sus cualidades profesionales, ni meritorias. La exigencia es ocupar el cargo de confiancita a como dé lugar, por culminar una campaña ostentosa, de aquel que invirtió más dinero, el que trabajó más en pintar las piedras y paredes con el logo del partido o el rostro de su candidato.
Como laboran en confianzas, sus sueldos sobrepasan a los trabajadores estables dependientes que se fajaron por años manteniendo el sostén de la fuerza laboral administrativa, profesional y no profesional. Llegada la nueva autoridad y su avalancha de personal de confianza, los sueldos exorbitantes resultan ofensivos a la pobreza de los trabajadores estables, dándose la conchudez de mangonear el personal estable que se mantuvo por años en el mismo puesto, sin ascenso alguno; mucho menos con aumento de remuneración ni consideración de horizontalidad en el trato profesional.
Este personal de confiancitas, viaja junto al jefe, traga junto al jefe en los mismos restaurantes de mala muerte, adopta las poses ridículas de su jefe, presume el poder ante sus subordinados y ni quiera se da cuenta que es un apestado con aires de poder. En las oficinas decisorias de los que ocupan el cargo de confiancitas, se congelan los trámites documentarios. Como los cargos no duran para siempre, concluida la gestión, inician otra travesía buscando otra confiancita, en otro escenario geográfico, deambulando así por la vida.
Así, solo en confianza te diré. Ocurre en ese centro laboral, a donde llegaron autoridades con ínfulas de mejores gestores humanoides, trajeron sus confiancitas, incrementándoles sus haberes a estos sujetos de confianza que alucinan ser estrellas populares. Muy aparte, adoptaron las pésimas costumbres de sus jefes y conversan solo entre ellos, eso sí mirando de reojo a los mortales que siempre estuvieron en ese centro laboral. Como todo se encubren entre ellos, no registran su asistencia, no tienen horario de ingreso ni de salida; se ausentan del trabajo cuando se les pega la regalada gana. Los jefes avalan dicha porquería porque son de la misma calaña; terminan el día, la semana y el mes pensando hacer la dichosa cola del banco y así cobrar por tanto trabajo que sale de la nada. Te digo, solo en confianza ¡eh!