
POR RAÚL VEGAS MORALES
Somos un país a la deriva. Los elegidos han olvidado que su función es gobernar, es decir, dirigir. Así, los problemas se embalsan exponiendo al Perú a una o varias explosiones; nos vamos convirtiendo en una nación frustrada, un barco a la deriva que se mece al vaivén de la insatisfacción cotidiana. Ni siquiera tenemos la orientación del piloto automático porque ya no hay destino al que nos dirijamos. Se está poniendo a prueba la paciencia ciudadana.
Este desgobierno nos va haciendo cada vez más vulnerables. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, advierte que Perú es el país con mayor inseguridad alimentaria de Sudamérica. Según su informe, el 51% de peruanos vive en situación de inseguridad alimentaria y de ellos, el 20% está en inseguridad alimentaria aguda. Sin los eufemismos técnicos, informan que el 20% de peruanos padece hambre.
Según definición, “Una persona padece inseguridad alimentaria cuando carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable. Esto puede deberse a la falta de disponibilidad de alimentos y/o a la falta de recursos para obtenerlos.” Que más de la mitad de peruanos se encuentre en esa situación es mucho más que alarmante, es una emergencia que requiere acciones inmediatas. Pero las acciones positivas están alejadas en nuestro país.
Perú tiene los fundamentos suficientes para producir lo que consume; sin embargo, cuando las políticas y la planificación están ausentes es poco lo que la ciudadanía puede hacer, el agro vive desatención desde hace décadas y la segunda reforma agraria se ha atascado en la imposible compra de fertilizantes, la corrupción unida a la incapacidad de gestión, destrozan toda iniciativa.
Las consecuencias son desastrosas. Según el estudio referido de la FAO, el 70% de la población amazónica está anémica. ¿Qué posibilidad de desarrollo tiene una región anémica? Las deficientes políticas inclusivas están condenando, a toda una generación, a seguir viviendo en la pobreza.
El desgobierno ha parado en seco la inversión privada, los capitales están siempre pendientes de aguas tranquilas para arriesgar, porque toda inversión es un riesgo que se acrecienta o disminuye en función a la realidad: predictibilidad de los gobiernos, respeto a las leyes, gobernabilidad del país. Nadie arriesga capitales en aguas torrenciales y turbias.
La violencia de los años 80, descubrió un país rural invisible para los gobiernos, olvidado y desatendido que trató de ganar Sendero con cantos de sirena y promesas de igualdad. El resultado fue persecución e intentos de exterminio. La pandemia volvió a mostrar el mismo país desigual y de carencias, se incrementó el desempleo y la pobreza que acecha a un tercio de la población peruana. Ahora, la corrupción y el desgobierno se presentan como otra plaga. Aún no se ve la luz al final del túnel.