POR CARLOS PÉREZ SÁEZ
Bajaron desde Munaypata por Sol hacia el Puente Nuevo en camino a San Juan Bautista. Iban discutiendo y pasaron por un costado de la plazoleta de Pampa San Agustín. Uno de ellos gesticulaba y movía los brazos como queriendo apabullar al otro. Ambos llevaban reatas de cuero trenzadas en forma de bandolera.
Eran dos campesinos, de los tantos que en épocas no agrícolas llegaban a la ciudad para emplearse y recursearse ingresos que podían enviar – si podían obtenerlos – a sus pueblos donde habían dejado a sus familias y se dedicaban a ser cargadores temporales en la ciudad. Qipichus o qipiqkuna les decían entonces en Ayacucho y quienes más de las veces de lo poco que podían obtener por su trabajo como estibadores lo gastaban bebiendo y emborrachándose con cuartitos de cañazo o alcohol rectificado en las chinganas que existían por Magdalena, Amargura, San Juan Bautista, Soquiaqato o en la ondulante y curva calleja que unía a Callao con Lima en la entonces parte alta de la ciudad.
Uno de los qipichus era ostensiblemente mayor que el otro y por el tono en que se dirigía a este mostraba cierta autoridad. En el barullo de su discusión distinguíamos algunas frases que aludían al taytacha Cáceres. Es decir, al egregio Andrés Avelino Cáceres, héroe ayacuchano jamás rendido al invasor chileno y quien tenía entre sus tropas a campesinos quechuahablantes de la región centro sur del país y con quienes resistió en la sierra y en la breña del Perú defendiendo la integridad de la patria y el honor de los peruanos.
Esta alusión al Mariscal Cáceres la tendríamos clara cuando se desencadenaron los hechos narrados más abajo y se produjo cuando el cargador mayor mencionó, durante la golpiza que le aplicó al más joven, a que era y a mucho orgullo hijo de un ordenanza del Brujo de los Andes, ordenanza sin duda campesino como cientos de los efectivos soldados y montoneros que constituían la tropa de don Andrés Avelino y a quien estos no solo obedecían más que a un jefe militar, sino que veneraban como a un padre y lo llamaban no por su grado militar, sino tayta o taytacha. El general Cáceres, nacido en Ocros e integrante una familia huamanguina, dominaba el quechua a la perfección y era en este idioma con que se comunicaba con sus tropas y a quienes trataba con mucho respeto y cariño.
Este ordenanza, padre de nuestro personaje sería así un campesino de nuestra zona y de quien su hijo se sentía honrado y orgulloso. Ser un ordenanza de un jefe militar era un honor y reconocimiento para un soldado o suboficial, pues estaba al servicio personal del jefe que lo designaba para tal puesto como signo de total confianza.
La forma cómo discutían nos llamó la atención y suspendimos el partido de fulbito que sosteníamos en la plazoleta para verlos pasar y saber cuál sería el desenlace de la acalorada discusión, pues la cosa parecía ir en serio y en cualquier momento vendría la mechadera.
Los dos campesinos cargadores siguieron su camino, mientras los animábamos a que de una vez se agarren. Magno les dijo en quechua: ¡qapinakuruychik uqtaña chili gallo qinam tupsnakuchkankichik, juego carajo! (Ágarrense de una vez parecen gallitos chilenos que solo paran picoteándose, juego carajo!). No le hicieron caso y siguieron su camino cruzando la esquina de Sol con San Martin, pero al parecer ya más decididos a definir la bronca.
Avanzaron unos cuantos metros y la cosa reventó frente al portón de acceso a la gran casa de los Palomino – portón y casa que ya no existen, en su lugar se yergue una moderna casa de tres pisos y techo de teja – cuyo marco en arco de piedra labrada resistía el paso de los años. Habíamos reiniciado el juego cuando Papilucho se dio cuenta de la inminente mechadera y nos alertó: se agarran, se agarran y los peloteros corrimos para ver y divertirnos con los pugilistas que ya habían empezado a mostrase los puños y a retarse ensalivándose las manos.
De pronto uno de ellos – el veterano- se fue contra su oponente y le aplicó un puñete entre la mandíbula y la oreja izquierda, golpe que aturdió a quien lo recibió y se fue de espaldas hacia un ángulo que formaba la columna del arco del portón y la puerta de recia madera, espacio que impidió al golpeado caerse de espaldas. Ahí quedó medio grogui, hecho que su noqueador aprovechó para sujetarlo por el pecho con la mano izquierda a la vez que le decía: ¡Qaripa takanmi chayqa yachakunaykipaq! (¡Esa ha sido la trompada de un hombre para que sepas!) Luego le preguntó: ¿Chaynachu? (¿Asi es?) ¡Chaynam! (¡Sí, así es!) respondió el golpeado.
Pero parece que la respuesta no satisfizo al noqueador quien volvió a levantar el puño amenazadoramente frente a su rival y volvió a decirle en forma airada: ¡kunanmi yachanki imaynam taytacha cacerespa ordenanzanpa churimpa tákan kasqanta! (!Ahora vas a saber cómo es la trompada del hijo del ordenanza de nuestro tayta Cáceres!) Y ¡paf! le aplicó un sófero puñetazo, esta vez entre la nariz y la boca que hizo brotar sangre del labio partido del agredido por el golpe que recibió. No contento con esto, volvió a preguntarle: ¿Chaynachu? (¿Asi es?) ¡Chaynam! (¡Sí, así es!) fue la respuesta.
Pero esta no fue del agrado del noqueador quien molesto dijo: ¿imaynam? (¿cómo?) a lo que el derrotado dijo convencido, pero con la dignidad de un derrotado en buena lid y levantando la cara enfrentó a su agresor con voz fuerte y algo temblorosa: ¡Taytacha cacerespa ordenanzanpa churimpa tákanmi chay takaykiqa kasqa papay! (Esa tu trompada sí había sido trompada del hijo del ordenanza del taytacha Cáceres papá!).
Ahí terminó la bronca y ambos contendientes como si nada hubiera pasado siguieron su camino en charla amena hacia San juan Bautista…